Inclusión de la experiencia del terapeuta en el proceso de psicoterapia

Columna de opinión

La inclusión de la experiencia del terapeuta en el proceso de psicoterapia. Cuántas veces hemos escuchado las frases, o incluso sentido y pensado “estas cosas solo me pasan a mí”, “¿cómo pude llegar a esto?”, instancias recurrentes ante situaciones de tensión psíquica o problemáticas vivenciales.

Estas situaciones generan incertidumbre y angustia de enfrentar hechos complejos, -tal vez nunca experimentadas anteriormente-, impacta de forma importante en nuestra salud mental y calidad de vida.

Ante esto, muchas veces pensamos u otras personas nos dicen: “busca ayuda”, “deberías ir al psicólogo”, y es aquí precisamente, en donde podríamos preguntarnos, y (sería genuino hacerlo), “y si no me ayuda?” “y si no logra dar solución a mi problema?”.

Inclusión de la experiencia del terapeuta

Las situaciones descritas anteriormente, implican el sentir y percepción de muchos consultantes, las cuales pueden convertirse en resistencias importantes o limitadores para la formación de un vínculo terapéutico necesario para la resolución de la problemática.

Por otra parte, resultaría evidente desde una mirada crítica, plantearse desde la suspicacia del consultante que enfrenta a un total desconocido, aunque sea experto y entrenado en técnicas para la comprensión y tratamiento de la conducta humana y los malestares subjetivos y emocionales.

Esta visión es entendible, ya que, no es un hueso roto o una herida cutánea, que cualquier médico o enfermero pudiese tratar con procedimientos estandarizados que no necesitan siquiera mayor vínculo entre los sujetos.

El malestar psíquico es más complejo, demanda una interacción significativa y un nivel de comunicación que resulte efectivo y adaptado a los requerimientos de la situación planteada y la personalidad del consultante, y es a partir de lo ya mencionado a este punto.

La alianza terapéutica cobra especial relevancia, ya que si no se logra una real conexión con el consultante, el diálogo solo quedaría en una interacción formal e incluso forzada con un objetivo claro, pero con un camino nebuloso a seguir que no aseguraría el éxito o logro de los objetivos y expectativas de ambos involucrados (consultante y terapeuta).

“El vínculo abarca una compleja red de nexos personales positivos entre paciente y terapeuta, cuya calidad determina el tono emocional que el paciente tiene del terapeuta y que incluye aspectos, tales como: la empatía, la confianza mutua y la aceptación”

González, 2005 p.13.

Inclusión de la experiencia del terapeuta

Compartir experiencias personales, que se puedan establecer como puntos de apoyo, para desarrollar la empatía y la confianza, entrega una gran ayuda en la construcción del vínculo, dado que pueden mostrar una real comprensión del problema, no solo desde lo teórico, sino más bien, desde la propia condición de ambos participantes como personas.

Es decir, la escucha activa, sin juicios y sin la intención de dirigir la vida del paciente, se complementan como elementos necesarios para la construcción del vínculo terapéutico.

A partir de lo anterior, la propia experiencia compartida, en función y coherencia con el motivo de consulta, es lo que marca el inicio de un proceso vincular que potencia la adherencia del consultante hacia la terapia, más allá de la visión inicial hacia el terapeuta, como un experto en la materia, sino, además, como otro ser humano que conoce el sufrimiento por el cual está atravesando.

Ahora bien, dicha experiencia compartida en terapia, no puede ser al azar, necesariamente debe contener elementos comunes con la problemática del paciente, que logre dar coherencia y efectividad al proceso.

El consultante, a través de la experiencia aportada al respecto, podrá comprender que aquel que está a cargo de su proceso de sanación, conoce del tema, porque lo ha vivido, porque ha estado en la posición en el que el consultante se encuentra, ya que describe las mismas tensiones y angustias vivenciadas.

De igual forma, esto acompaña y apoya desde la humanidad, en complemento a lo técnico y teórico, como una suerte de dispositivo especifico y resolutivo, entregando esperanza y motivación, al poder observar a alguien que pudo superar el dolor y el sufrimiento, el mismo que se está experimentando.

Para que suceda esto, hay que entender que dichos casos deben contener elementos comunes con la experiencia del terapeuta, en lo cual la inclusión de la propia vivencia resultaría un facilitador de la confianza, ya que no necesariamente se ha experimentado lo mismo que el consultante o en la misma medida.

Los elementos comunes de las vivencias, otorgarían puntos referenciales de comprensión a un nivel más humano que potencia la empatía real desde la experiencia compartida poniendo especial cuidado y observación en la comprensión y nivel de importancia e impacto que el paciente otorga a su experiencia y problemática, y la coherencia que logra establecer con la experiencia del terapeuta, estableciéndose como una herramienta potencial para la formación de una alianza terapéutica efectiva según cada caso.

«En línea de lo mencionado, la pregunta por la subjetividad del terapeuta en la experiencia de acompañamiento de los procesos clínicos de sus pacientes, resulta fundamental en la medida en la que, desde su condición de subjetividad, los actores mencionados, no son sujetos únicamente del entendimiento, sino también de la comprensión».  

Díaz Arroyave, 2022 p.9.

Finalmente, se puede concluir que la teoría y técnica quedan intactas, siempre estarán ahí. Lo que si cambia, es el nivel de profundidad y fortaleza del vínculo, el cual a través de la inclusión de la experiencia del terapeuta que contenga elementos comunes con la vivencia del consultante y motivo de consulta.

También, establece un fortalecimiento de la confianza y expectativa hacia la resolución, otorgando sentido al proceso y estableciéndolo como una instancia segura y comprensiva del sufrimiento, un lugar real de comprensión y bienestar, que se va extendiendo a través de las sesiones y la comunicación entre los participantes, en complicidad y pragmatismo, con una experiencia similar y un objetivo común, la erradicación del malestar.

 

Referencias:

González, N. A. (2005). La alianza terapéutica. Clínica y salud16(1), 9-29.

Botella, L., & Corbella, S. (2011). Alianza terapéutica evaluada por el paciente y mejora sintomática a lo largo del proceso terapéutico. Boletín de psicología, 101(1), 21-33.

Díaz Arroyave, D. (2022). Sobre la persona del terapeuta: incidencia de su experiencia subjetiva en el acompañamiento psicoterapéutico.

«La propia experiencia compartida, en función y coherencia con el motivo de consulta, es lo que marca el inicio de un proceso vincular que potencia la adherencia del consultante hacia la terapia, más allá de la visión inicial hacia el terapeuta, como un experto en la materia, sino, además, como otro ser humano que conoce el sufrimiento por el cual está atravesando«.

Adolfo Araya G.

Autora de la columna:

Adolfo Araya G.

Estudiante de Psicología UNIACC

Alumna participante del CAPSI

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